Jason Williams ha hecho oficial su retirada de las pistas tras 788 partidos donde le dio tiempo a promediar 10'5 puntos, 2'3 rebotes y 5'9 asistencias, pero a J-Will poco le importaban las estadísticas. Para él lo importante era ser diferente.
Nació en Charleston en el cuerpo equivocado. Alma de negro en un cuerpo de blanco, Williams causó un impacto mediático en la liga, sólo comparable a LeBron James o Blake Griffin en la última década. Sus jugadas llenaron los highlights, y todos los niños querían ser como J-Will. No iba a ser menos.
Sacramento enamoraba a todos con un juego en el que la generosidad era el aspecto principal, pero los Kings necesitaban a alguien más maduro para su juego. Esa al menos fue la excusa. Williams se mudó a Memphis, donde la reciente llegada de los Grizzlies, obligaba a tener un elemento diferente que engancharse al público.
Sus alas se fueron cortando al tiempo que las rodillas iban doliendo, y cuando rozaba la treintena se presentó la oportunidad de su vida: Miami Heat. Allí se marchí junto a James Posey y Andre Emmett, en busca de un anillo que sólo podía prometer y conseguir Shaquille O'Neal. Así fue. Williams acabó siendo el base titular de un equipo campeón, justo lo que pedía Sacramento.
Pero igual de rápido que había tocado el cielo, Miami saboreaba la peor zona de la liga. Williams firmó por los Clippers pero a ultima hora decidió abandonar. Demasiado dolor y la satisfación de ver crecer a su hijo eran mayor que las ganas de jugar.
Precisamente en Florida, el lugar donde ganó un anillo y disfrutó del baloncesto en la universidad, hacía regresar a Williams. Destino Orlando Magic, y la función de dar descanso a Jameer Nelson. Por primera vez en su carrera, Williams era suplente y por primera vez, jugaba los 82 partidos de la temporada. Increíble.
A sus 35 años, Williams pasaba su segunda temporada en Orlando, pero estaba cansado de sufrir para no jugar y se fue. Por allí pasaban los Grizzlies, quienes ficharon a una copia vieja y barata de lo que tuvieron a principios de siglo. Apenas fueron 11 partidos y la sensación de que el fin se acercaba muy rápido.
Para el recuerdo hay millones de jugadas, pero si existen 2 minutos que definan mejor a Williams, que baje Dios y lo diga.
Nació en Charleston en el cuerpo equivocado. Alma de negro en un cuerpo de blanco, Williams causó un impacto mediático en la liga, sólo comparable a LeBron James o Blake Griffin en la última década. Sus jugadas llenaron los highlights, y todos los niños querían ser como J-Will. No iba a ser menos.
Sacramento enamoraba a todos con un juego en el que la generosidad era el aspecto principal, pero los Kings necesitaban a alguien más maduro para su juego. Esa al menos fue la excusa. Williams se mudó a Memphis, donde la reciente llegada de los Grizzlies, obligaba a tener un elemento diferente que engancharse al público.
Sus alas se fueron cortando al tiempo que las rodillas iban doliendo, y cuando rozaba la treintena se presentó la oportunidad de su vida: Miami Heat. Allí se marchí junto a James Posey y Andre Emmett, en busca de un anillo que sólo podía prometer y conseguir Shaquille O'Neal. Así fue. Williams acabó siendo el base titular de un equipo campeón, justo lo que pedía Sacramento.
Pero igual de rápido que había tocado el cielo, Miami saboreaba la peor zona de la liga. Williams firmó por los Clippers pero a ultima hora decidió abandonar. Demasiado dolor y la satisfación de ver crecer a su hijo eran mayor que las ganas de jugar.
Precisamente en Florida, el lugar donde ganó un anillo y disfrutó del baloncesto en la universidad, hacía regresar a Williams. Destino Orlando Magic, y la función de dar descanso a Jameer Nelson. Por primera vez en su carrera, Williams era suplente y por primera vez, jugaba los 82 partidos de la temporada. Increíble.
A sus 35 años, Williams pasaba su segunda temporada en Orlando, pero estaba cansado de sufrir para no jugar y se fue. Por allí pasaban los Grizzlies, quienes ficharon a una copia vieja y barata de lo que tuvieron a principios de siglo. Apenas fueron 11 partidos y la sensación de que el fin se acercaba muy rápido.
Para el recuerdo hay millones de jugadas, pero si existen 2 minutos que definan mejor a Williams, que baje Dios y lo diga.